diciembre 23, 2007

¿Destino?

Con las piernas abiertas y sangrando, por la mente de Soledad pasaban las cosas que hizo durante su embarazo. Todo lo planeó, se hizo estudios previos, consultó a su medico mes tras mes, tomó medicamentos, vitaminas, calcio, hierro, cuido su alimentación, hizo lo correcto y una vez más estaba ahí. Viviendo como sacaban el fruto de sus entrañas.
Cinco meses y medio de gestación, 260 gramos de peso, a escasas semanas de poder valerse y respirar por sí mismo, aquél feto agonizaba en un mundo que no estaba preparado para habitar, al que no estaba destinado a pertenecer.
Días después, Soledad, 35 años, mujer trabajadora, soltera, clase media, cuyo destino, piensa, esta escrito en su nombre, sale de la fabrica después de su jornada de ocho a seis, con el dinero exacto de su pasaje en la bolsita que guarda entre sus senos… llega a su casa y cuelga las llaves, ve su auto desde la ventana, jetta azul marino, modelo 99, descompuesto. Abre el refrigerador a sabiendas de que no hay nada. Todo se agotó en su sueño de ser mamá.
Decide acabar con esa situación. Tres embarazos fallidos. El doctor le dice que sólo queda la posibilidad de un cerclaje y nueve meses inmóvil que no puede costear. Vuelve a la monotonía de su vida, se siente atrapada en el silente vacío de su casa.
Seis y media de la tarde casi termina el tiempo de jugar en el patio, Sofía, como siempre, se aparta.
Soledad sale a recorrer las calles, va sintiendo como poco a poco se escabulle la razón y se deja llevar por un impulso… camina hacia el puente.
Como todos los días Sofía corre hacia la barda de piedra caliza, 30 centímetros de alto 35 centímetros de grueso, para ver los colores del cielo al atardecer, trepa y camina por ella agarrada de la reja, un grito exaltado, un par de nalgadas son casi siempre la consecuencia.
Soledad observa circular salvajemente los automóviles que le ayudarán a encontrar su destino…
Sofía la ve venir, en su inocencia siente su angustia…
Soledad camina a pasos lentos por la acera de un edificio antiguo. Entre las rejas surge una mano que toma la suya para detenerla. Pequeña y delicada la ve entre sus dedos, la curiosidad la hace mirar su cara, ojitos tristes, mejillas sucias, una niña que le sonríe y le devuelve la calma.
Respetando el silencio, Soledad se agacha, acaricia el pequeño rostro, examina el edificio donde se encuentran, ve un grupo de niñas que juegan, una mujer de blanco que se acerca, se encuentra con el letrero y queda fija su mirada. Orfanato Madre Teresa.
Sofía, tres años y medio, 90 centímetros de estatura, 16 kilogramos de peso, alegre, decidida, traviesa y parlanchina, con su mano tomó a la madre que esperaba.

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